El pasado 14 de febrero, Día del Amor y de la Amistad, se sintió pesado el ambiente y mi corazón se inundó de tristeza y desasosiego.
Ese motorcito que tantas veces flecha Cupido y palpita al compás de las emociones, lo siento rugir de rabia, de impotencia y de dolor ante tanta intolerancia; ya no fué una flecha, mentes malignas la cambiaron por balas, balines, rolos, atropellos, impunidad.
También mi corazón se sonroja de indignación y de vergüenza por no haber acompañado físicamente a los valientes estudiantes en sus justos reclamos y peticiones.
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